luego esa soledad de as en que me has abandonado: Expectativas de mis brazos es tu ausencia
Aro en el mar y siembro en el arena,
cuando la fuerza extraña del deseo
a más que a contemplarte me condena.
La belleza, donde quiera que está, trae consigo el hacer desear.
Galatea, Cervantes
***
La cicatriz de una depresión
te acentúa la cara del muslo,
su inquieto rostro de piedra,
y escribe en cárdeno dolor
su rastro, arañado mapa,
como un tibio lamento:
Eres un cuerpo impasible
con límites sin orillas,
viento y aroma, marea y pecio,
deseos en pleamar náufragos
hasta en la tierra del paladar,
donde no maduran los recuerdos.
Pero el puerto es tu costa
-arado el mar, sembrada el arena-
al mirar hacia ti, costado inerte:
condenado contemplado.
Cuando la fuerza extraña del deseo
por la tenue belleza rebusco,
sus corredores me encuentro
de frente, yo, asilo en promesas
entre bolsas de mis restos orgánicos,
desprendidos de mí mismo
por las esquinas del Tiempo.
A más que a contemplarte me condena
la belleza inhumana de tus labios,
curva eterna, bóveda y arbotante,
donde ya no hay noches,
y las horas parecen brujas que barren
los relojes, en tanto las pulseras
de tus muñecas se afanan,
afinadas de mano en mano,
por apretar el afilado silencio
de aceite que hiere el reloj más rápido,
contra este cuerpo ajado de espaldas,
un desnudo boca abajo pidiendo clemencia.
Porque ya el Tiempo es una encrucijada
en cuya emboscada tejen sus agujas
una muerte pequeña y un rincón hueco,
mientras calma un instante y reclama:
La belleza, donde quiera que está, trae consigo el hacer desear.
El roce suave de una palabra
que se nubla en los hombros,
o se pierde en humo perplejo contra la ventana,
que llora desde lejos, entre las grietas el cielo
de los muslos indolentes,
así, sin nombres más falsos
que este mismo y tramposo instante,
desde el que te cambio mis estampas mustias,
mis cromos repetidos de bostezos,
por el álbum vacío de tus sueños.
(Guarda este manojo insensato de silencios
para cuando te invada la imperturbable agonía).
La tarde se bifurca en ausencias
y las sábanas se han callado por fin.
